martes, 20 de diciembre de 2011

FELICITO LA NAVIDAD CON UNA SONRISA


LOS PAJES DEL SACO

Si se le observa en los momentos de máxima irritación, que son pocos, afortunadamente, ofrece la doble versión de Winston Churchill, la más inocua, poco antes de que se le ocurriera aquello de “sangre sudor y lágrimas” mientras paseaba por los jardines de Buckingham Palace antes de entrevistarse con el rey Jorge, o de Napoleón Bonaparte, la más peligrosa, a punto de estallar de ira ante sus atónitos generales. Cuántas veces he comparado la figura del pequeño Hugo a la de hombres tan grandes; y cuántas me he sentido feliz al hacerlo.
Hugo tiene poco más de tres años, pero se les parece a ellos cuando pasea por el jardín de casa con las manos cruzadas por detrás de la espalda, la cabeza ligeramente agachada, la mirada fija en un pensamiento absorbente: seguramente por una idea que le ronda; o quizá por una fechoría que se le ha ocurrido en ese instante y no se atreve a llevar a la práctica. O sí se atreve, pero espera el momento propicio, que parece calcular de manera concienzuda. Es la suya una reacción limpia, una pose espontánea y personal; tanto, que parece haberla inventado él puesto que lo viene haciendo desde que empezó a andar, esto es, desde que empecé a sonreír al mundo de otra manera.
Sus peripatéticos paseos antes de la tempestad de la imaginación que le sale al paso revelan una fuerte personalidad, con un carácter casi volcánico –antes de la erupción– que su madre trata de dulcificar recordando aquello que su bisabuela aseguraba de su abuelo: “Tiene un pronto muy malo, pero es muy buena persona”. Ciertamente, nada hay más alejado de la malicia que las ventoleras de Hugo.
Lo bueno que tiene el “pronto” de Hugo es que no te coge de sorpresa, es decir, no es “un pronto”, como quien dice, sino más bien una tierna estrategia cociéndose en una olla a presión. Te avisa, por tanto. Uno piensa, cuando sigue sus pasos de Napoleón enjaulado: “¿Cómo es posible que una criatura de tres añitos sea capaz de generar tanta energía de mala leche a su alrededor?”. En realidad, no es mala leche sino capacidad de abstracción en los momentos previos a un plan, a una acción arriesgada, a un ataque. Los hábitos de un genio.
Él camina, da vueltas, más vueltas, de la guisa ya descrita, apretando sus puños, muy reconcentrado. Bajo su leonada melena vikinga entorna los ojos y aprieta los labios. Siempre con las manos simétricamente enlazadas por detrás de la espalda, alargando a veces sus pasos, cuando no acierta a ver con claridad los flancos de su enemigo, otras veces acelerándolos, seguramente porque se le ha ocurrido alguna feliz idea, casi siempre perturbadora para los demás, que pretende atrapar, deprisa, deprisa, y no llega, o sí llega.
Así se puede pasar hasta veintitrés minutos, contados, nada de inventados, subiendo y bajando escaleras, dando vueltas alrededor de la mesa del comedor, a una hamaca en el jardín, a una maceta con geranios. Lo más prudente es dejarlo hacer. Es cautivador observarlo. Porque a lo estimulante que resulta para los mayores averiguar qué se le está ocurriendo, hay que añadir en qué idioma lo está pensando.
Él piensa más en holandés que en español. Pero sus reacciones en español son más imprevisibles y por tanto más asombrosas. Habría que añadir que sus desplantes suelen ir acompañados del tono que empleaban los pieles rojas en las viejas películas del Oeste. “No querer estar con tú”. Sin duda que el énfasis en los infinitivos aporta a la expresión una rotunda actitud de cabreo.
Quienes se atreven a importunarlo en esos momentos de máxima ebullición pagan las consecuencias, de ahí la importancia de extremar cautelas. Hace unas horas, recién aterrizado de Ámsterdam para pasar la Navidad, Hugo se vio envuelto en una de sus deliciosas crisis existenciales sobre las frustraciones del hombre. Fue a causa de  una discusión con su Abu que terminó con la subsiguiente sarta de infinitivos –“No querer estar con tú”– y su rebote napoleónico.
Seguramente por su estirpe de “hombre fuerte del norte”,  se había empeñado, a las cinco de la tarde, en usar la manguera del jardín para bañarse. Y a tal extremo llegó su enfado cuando Abu le prohibió que abriera la llave de paso del agua, que empezó a dar vueltas y a subir escaleras, con las manos cruzadas por detrás y la cabeza inclinada y los ojos entornados y apretando los labios. Y como quiera que no se le ocurría nada que tumbara la invencible resistencia de  Abu, se dirigió a la puerta con ánimo de buscar atmósferas menos intransigentes y de seguir cavilando en la calle. Su hermana Alba, la más delicada expresión de la bondad, le dijo, alarmada, alterada:
–No, Hugo, no salgas a la calle, no te vayas.
–Por qué no ir –replicó Hugo, mirando a su hermana de abajo arriba; y repitió por pasiva–: No ir por qué.
–Hay pajes de Reyes Magos que no son buenos –se le ocurrió decir a Alba con ánimo de amedrentarlo.
–¡Ser mentira! –respondió él, sacudiendo a la vez la cabeza y las manos entrecruzadas. 
–Pajes que llevan sacos y que son ladrones de niños.
–¡No ser ladrones de niños! ¡Ser ladrones de abus!

SÍSIFO

1 comentario:

  1. Hola, Manuel.
    Original felicitación, muchas gracias.
    Que el 2012 te sea favorable.
    Recibe un cordial saludo.

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